miércoles, 27 de junio de 2007
Genoma
Otra vez ese pensamiento inquietante. Sus padres se separaron, cierto. No se llevaban bien, cierto. Ahora todos han aceptado la situación como adultos civilizados, cierto. Sin embargo, ella está ahí, y es el resultado de cuando ellos sí se querían. Tiene la mitad de los cromosomas de uno y la mitad de otro. Le resulta tan raro pensarlo: ella, como símbolo máximo del amor, como unión de dos seres que no van a poder separarse nunca. Se mira al espejo y ahí están: los ojos de su padre, flotando inquietantemente sobre la boca de su madre, y en medio una nariz que parece suya (porque ella no se la ha visto a nadie más) intentando poner paz. Entonces piensa: si se separaron, si se odian, qué hago yo con mis genes. Hay dos seres viviendo en mí, dos aliens que no pueden llevarse bien, porque son de naturaleza distinta, porque no estaban hechos para estar juntos. Y no puede dejar de pensar eso; y le inquieta, hasta un punto que no sospechaba, la idea de sus dos mitades prisioneras en ella, diariamente enfrentadas, condenadas a entenderse
jueves, 15 de marzo de 2007
A quien madruga...
Siempre que dormía hasta tarde, su madre le despertaba a golpe de aspiradora diciendo "vamos, levántate, que ya están las calles puestas". El día que el insomnio le hizo salir antes de lo habitual, vio con sorpresa como unos hombres con mono azul de operario desenrollaban largas alfombras de asfalto entre los edificios y las tiendas. La gente esperaba frente a sus casas con el motor del coche en marcha o tamborileando impacientes sobre sus maletines. Él se frotó los ojos y se metió de nuevo en casa, para echarse a dormir (o a despertar) un rato más
martes, 9 de enero de 2007
Mi fea preciosa
No la quiero porque sea fea, ni la quiero a pesar de que sea fea. La quiero y es fea. Eso es todo.
Aunque mentiría si dijera que su fealdad no me gusta.
Pensemos en la desgracia de ser feo. Los hay por todas partes: el camarero frentón y grasiento, de huesos flacuchos y tez cetrina, que nos sirve el café por las mañanas; la frutera bajita, culona, de dientes amontonados y enorme nariz ganchuda; aquella sobrina nuestra que heredó los rasgos de su abuelo en vez de los de su preciosa madre y ahora no sabe cómo maquillar su mandíbula cuadrada y sus ojos juntos. Son feos que no tienen remedio, que son desagradables, que, lo mires por donde lo mires, están mal hechos. Sin ánimo de ofender.
Aunque mentiría si dijera que su fealdad no me gusta.
Pensemos en la desgracia de ser feo. Los hay por todas partes: el camarero frentón y grasiento, de huesos flacuchos y tez cetrina, que nos sirve el café por las mañanas; la frutera bajita, culona, de dientes amontonados y enorme nariz ganchuda; aquella sobrina nuestra que heredó los rasgos de su abuelo en vez de los de su preciosa madre y ahora no sabe cómo maquillar su mandíbula cuadrada y sus ojos juntos. Son feos que no tienen remedio, que son desagradables, que, lo mires por donde lo mires, están mal hechos. Sin ánimo de ofender.
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