lunes, 14 de febrero de 2011

San Valentín


La mañana del día de San Valentín se despertó con un nudo en el estómago. Abrió los ojos despacio, procurando no moverse. Sabía que él tenía el sueño ligero y se despertaría en cuanto ella se diera la vuelta: abriría deprisa los ojos de cervatillo, como si no hubiera llegado a quedarse dormido, y la miraría sonriendo. Y no se acordaría.

Ella tenía los regalos escondidos en el cuarto de invitados. Unas zapatillas para estar por casa y unos pantalones de bicicleta. No estaba muy segura de haber acertado, porque a lo mejor eran regalos demasiado útiles, no muy románticos en el sentido estricto de la palabra. Las zapatillas eran un poco maternales. Odiaba que siempre anduviera por casa descalzo o, todavía peor, con las botas de montaña. “Son los zapatos más cómodos que tengo”, decía siempre él cuando le regañaba. Los pantalones de bicicleta daban el toque lúdico. Él quería ir en bici, pero nunca se acordaba de comprarse unos pantalones anchos y los estrechos le hacían muy delgado. Con esos pantalones podrían ir juntos en bicicleta.

Si lo pensaba bien, eran regalos llenos de futuro.