jueves, 26 de julio de 2012

Islas

Si había algo que Javi sabía seguro es que no quería tener hijos. Se alegró de que los pensamientos fueran privados e intangibles, porque si alguien le hubiera visto aquella mañana remando en la piragua con Celia detrás, él tan moreno, ella tan rubia y tan bonita, una imagen idílica que podría pertenecer a la portada de una revista para padres e hijos, y hubiera sabido que rumiaba cabreado sobre el control de la natalidad, le creería una muy mala persona. No querer hijos es políticamente incorrecto. A veces Javi lo soltaba en las reuniones sociales sólo para ver cómo reaccionaban los de alrededor y sonreír cuando alguien, sistemáticamente, le decía "ya cambiarás de opinión" o "nunca digas de este agua no beberé".

Él ni siquiera quería llevarse a Celia a navegar. Pero cualquiera le decía que no a Silvia cuando se le metía algo entre ceja y ceja. Había hecho trampa, además: se lo había propuesto delante de los niños ("¿Quién quiere ir con el tito a dar una vuelta en piragua?") sin darle elección. Mateo era demasiado pequeño, así que Silvia y él se quedaron echando la siesta en la toalla mientras Javi se llevaba a una poco entusiasmada Celia a visitar las islas de arena que la marea baja dejaba al descubierto.


jueves, 15 de marzo de 2012

La nieve

Le daba pena la cría. Por las mañanas, sobre todo. Porque él... bueno, él ya tenía una edad, debía trabajar para ganarse la vida, pero ¿la cría? Apenas cinco añitos de mocosa rubia y había que sacarla de la cama antes de que amaneciera para llevarla al colegio. Se recordó a sí mismo con su edad. El pelo corto y moreno, las rodillas moradas y cubiertas de costras y una incapacidad patológica para quedarse quieto. El colegio era una especie de cárcel obligatoria que no entendía. Podía enterarse bastante rápido de las cosas cuando le interesaban, pero le parecía que a aquel tormento sentado le sobraban horas.

K. y él se despertaban con la alarma del móvil. Él se levantaba despejado, casi hiperactivo; a veces, de hecho, para cuando sonaba la alarma ya llevaba un rato con los ojos abiertos. K. permanecía quieta y gruñía un poco, así que normalmente era él quien se acercaba al cuarto de Sandra para  despertarla.

A veces se quedaba un rato apoyado en la puerta mirando a la niña. Sandra se movía mucho durante la noche y siempre amanecía con las sábanas en el suelo o el edredón enredado entre las piernas. Apoyaba la cabeza en la almohada con un abandono que él envidiaba: jamás se despertaba antes de tiempo. Se daba cuenta de que ya hacía tiempo desde que había dejado de ser un bebé: al principio los cambios habían sido pequeños, como quitar el pañal de día o dejar definitivamente los biberones, pero ahora podía distinguir perfectamente su cuerpecito espigado de niña debajo de las sábanas. No es mía, pero como si lo fuera, se decía a veces; y, sin embargo, sabía que no era cierto. Sabía que entre K. y Sandra fluía una corriente mucho más poderosa que la que él podría nunca establecer con ninguna de ellas. Casi podía sentirlo ahora: como si incluso desde sus respectivos sueños profundos, cada una en una cama, K. y Sandra se miraran con los ojos cerrados sin ser capaces de torcer la cabeza en otra dirección.


lunes, 20 de febrero de 2012

Terapias

"A ver por dónde empiezo, que para mí no es fácil contarlo... estoy un poco nervioso, de hecho. Yo es que no creo en los psicólogos, ¿sabe? Pero bueno, se lo cuento y punto.

>> Que todo empezó por una contractura en el cuello. El típico día que te levantas y dices "habré cogido una mala postura", y te pasas la mañana frotándote el hombro con disimulo. Luego van pasando los días y cada vez te duele mas, y te frotas, te encoges, el hombro cada vez más pinzado y tú hecho polvo... y al final alguien me propuso lo de ir al fisio. Pedí un número, llamé, me dieron cita y allí que me planté.

domingo, 22 de enero de 2012

La manzana de Eva

Está pintándose las uñas de los pies en el sofá mientras él trabaja con el ordenador. Se ha separado los dedos con bolitas de algodón y desplaza despacio el pincel mojado de rojo: una, dos, y procura no respirar para no salirse, tres, cuatro, cinco, y extiende el pie primoroso y recién arreglado para que se seque al aire. Él ni siquiera levanta los ojos del escritorio. Ojalá fuera un fetichista, piensa ella; ojalá ver sus pies pintados bastara para inspirarle un deseo tan irrefrenable como para tumbarla sobre el sofá y arrancarle la ropa. Pero de momento está trabajando y no parece que vaya a parar en un buen rato.

lunes, 16 de enero de 2012

Añadir contacto

Elena para a uno de los empleados del museo para preguntarle el camino al salón de actos y, cuando él se gira para contestarle y le ve la cara, se reconocen en seguida.
- ¡Mario! ¡Cuánto tiempo! ¿Te acuerdas de mí?

Él sonríe.
- Claro, Elena... ¿qué es de tu vida? Madre mía, debe de hacer como cinco o seis años que no nos vemos, ¿no?
- O más... desde la última cena de alumnos.