miércoles, 27 de junio de 2007
Genoma
Otra vez ese pensamiento inquietante. Sus padres se separaron, cierto. No se llevaban bien, cierto. Ahora todos han aceptado la situación como adultos civilizados, cierto. Sin embargo, ella está ahí, y es el resultado de cuando ellos sí se querían. Tiene la mitad de los cromosomas de uno y la mitad de otro. Le resulta tan raro pensarlo: ella, como símbolo máximo del amor, como unión de dos seres que no van a poder separarse nunca. Se mira al espejo y ahí están: los ojos de su padre, flotando inquietantemente sobre la boca de su madre, y en medio una nariz que parece suya (porque ella no se la ha visto a nadie más) intentando poner paz. Entonces piensa: si se separaron, si se odian, qué hago yo con mis genes. Hay dos seres viviendo en mí, dos aliens que no pueden llevarse bien, porque son de naturaleza distinta, porque no estaban hechos para estar juntos. Y no puede dejar de pensar eso; y le inquieta, hasta un punto que no sospechaba, la idea de sus dos mitades prisioneras en ella, diariamente enfrentadas, condenadas a entenderse
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