Si había algo que Javi sabía seguro es que no quería tener hijos. Se alegró de que los pensamientos fueran privados e intangibles, porque si alguien le hubiera visto aquella mañana remando en la piragua con Celia detrás, él tan moreno, ella tan rubia y tan bonita, una imagen idílica que podría pertenecer a la portada de una revista para padres e hijos, y hubiera sabido que rumiaba cabreado sobre el control de la natalidad, le creería una muy mala persona. No querer hijos es políticamente incorrecto. A veces Javi lo soltaba en las reuniones sociales sólo para ver cómo reaccionaban los de alrededor y sonreír cuando alguien, sistemáticamente, le decía "ya cambiarás de opinión" o "nunca digas de este agua no beberé".
Él ni siquiera quería llevarse a Celia a navegar. Pero cualquiera le decía que no a Silvia cuando se le metía algo entre ceja y ceja. Había hecho trampa, además: se lo había propuesto delante de los niños ("¿Quién quiere ir con el tito a dar una vuelta en piragua?") sin darle elección. Mateo era demasiado pequeño, así que Silvia y él se quedaron echando la siesta en la toalla mientras Javi se llevaba a una poco entusiasmada Celia a visitar las islas de arena que la marea baja dejaba al descubierto.