Un euro diez había costado el huevo kinder, y mientras ella le mira rasgar el papel con ojos entusiasmados, se pregunta cómo ha subido tanto el precio, o si valía tanto cuando ella era pequeña. Entendiendo, más o menos, por qué sus padres lo consideraban un artículo de lujo y no se lo compraban casi nunca; por eso y porque ella se dejaba la mitad del chocolate y se iba enseguida a por el juguete.
Él hace lo mismo. Deja las dos mitades del huevo abiertas sobre la mesilla de noche y coloca el otro huevo, el amarillo pequeñito, en la palma de su mano. Está sentado con las piernas cruzadas sobre el edredón, sonriente y espídico, mientras ella, tumbada, apoya la mejilla en la mano y piensa en dormir otro rato.