Él hace lo mismo. Deja las dos mitades del huevo abiertas sobre la mesilla de noche y coloca el otro huevo, el amarillo pequeñito, en la palma de su mano. Está sentado con las piernas cruzadas sobre el edredón, sonriente y espídico, mientras ella, tumbada, apoya la mejilla en la mano y piensa en dormir otro rato.
Sacude el huevo amarillo. Ella comienza a darle mordisquitos al chocolate, que le parece absurdamente fino y dulce, y tan poco motivador como en su infancia. Él pega el oído para ver si consigue averiguar lo que tiene dentro.
- Me gusta cuando suena a piezas, a que hay muchas piezas que se pueden montar.
Ella sonríe. Por fin, él abre el huevecito y saca los papeles de instrucciones y las piezas. La pieza, para ser más exactos. Es un llaverito con forma de coche de carreras. Pero no es un coche, sino la silueta de un coche, y todo lo que hay que hacer es pegarle la imagen del coche real encima y engancharlo a las llaves que todo niño actual debe tener.
Él frunce el ceño.
- Esto es una mierda de regalo - dice, mientras despega el papel y lo adhiere al llaverito de plástico -. ¿Ahora es esto lo que regalan con los huevos kinder? No me lo puedo creer.
- A ver, yo qué sé, ¿qué esperabas? Son regalitos cutres, te parecían mejores antes porque eras pequeño.
- No, no, no es eso - protesta él -. Cuando era pequeño los regalos eran mucho mejores. Traían maquinaria de metal y todo. ¡Traían hasta poleas!
- ¿Poleas? Pues seguramente alguien habrá decidido que era peligroso y las habrán retirado. Es más difícil que los niños se metan el llavero por la nariz que una polea metálica.
Él se ha puesto de pie y da vueltas por la habitación, indignado, mientras agita al inocente llaverito como si quisiera arrancarle alguna confesión.
- Pero es que si por lo menos fuera un coche de verdad... pero es que ni siquiera es un coche, ¡¡es la foto de un coche!!
- No es para tanto, cariño. Tranquilo.
Ella no sabe si reírse o preocuparse, porque la imagen de él, en pantalones de pijama y sin camiseta, con el pelo ligeramente canoso brillando al sol de la mañana y el llavero colgando del dedo índice, le resulta un poco cómica.
- Sï que es para tanto. ¡Son los niños, es su ilusión! ¿Tú te crees que a un niño le puede apetecer jugar con esto? Un niño necesita algo que montar, algo que construir. Necesita piezas. No se puede jugar con un llavero.
- Yo creo que estás exagerando, ¿eh? Los niños juegan con todo.
Él resopla y da vueltas por la habitación, y a ella se le ocurre que a ver si encuentra trabajo de una vez y desfoga toda la energía contenida que está volcando ahora mismo en el huevo kinder. Porque esta escena le parece profundamente rara.
- Voy a llamar al teléfono del consumidor. O a poner una hoja de reclamaciones.
- ¿A quién?
- Pues yo qué sé, a la fábrica kinder o a quien sea. Es que no me parece bien, mi amor, en serio.
- Estás como unas maracas.
Ella se ha sentado en la cama y decide que definitivamente la situación le parece graciosa. Le hace gracia cuando él se pone a repasar los papelitos que venían con el regalo, buscando un número de teléfono al que llamar para protestar. Le hace gracia cuando llama a información telefónica preguntando a quién le puede decir que los regalos del huevo kinder de ahora son una basura. Le hace gracia verle todo sulfurado, repitiendo una y otra vez "¡es que ni siquiera es un coche!". Pero entonces él cuelga el teléfono y suspira. Se sienta en el borde de la cama, se encoge de hombros, acaricia el llavero con resignación y casi con cariño.
- No se puede jugar con un llavero - repite, bajito.
Y es en ese momento cuando a ella la cosa deja de hacerle gracia, y no sabe por qué.
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