domingo, 12 de abril de 2009

Límites, S.A.


Se despierta, se incorpora y se da de narices con la tapa forrada de raso del ataúd. Tarda un rato en darse cuenta de la situación. Se ha quedado dormido. Qué puto gilipollas. Se ha quedado dormido en su propio velatorio y ha dejado que le entierren. Al principio, grita como un loco. Pega puñetazos contra los límites del ataúd. Patalea, como si tuviera encima una manta muy pesada y no toneladas de tierra. Después, intenta relajarse: tranquilo, se dice, no eres el único que sabe que estás aquí. Está tu agente de Límites, S.A., el señor García, ese hombre tan amable. Están todos los empleados que han trabajado en el montaje: el médico que certificó tu supuesta muerte, los extras que afirmaron haber estado contigo en el momento en que te dio el infarto, los empleados de la funeraria que ignoraron el hecho de que estuvieras todavía calentito y respirando cuando te colocaron en el ataúd.

Sin embargo, no consigue tranquilizarse. Toda esa gente hace su trabajo y se olvida. Piensa que todos los demás eslabones de la cadena van a funcionar correctamente y no se molesta en asegurarse de que todo salga bien en el montaje del día. Lloran en tu entierro y se van a asegurarle a la siguiente viuda que su marido dijo que la quería entes de entrar definitivamente en coma. Arreglan tu cuerpo vivo como si fuera un cadáver y se van al siguiente con un escalofrío, diciéndose que hay que ver lo que tiene que hacer uno para ganar un sueldo decente.

Después piensa: el dinero. No se lo ha pagado todo al señor García. La política de Límites, S.A. es: la mitad ahora, la mitad cuando todo haya terminado. Para asegurarse en situaciones como ésta, se imagina, y se dice que es muy inteligente por parte de la empresa. Ahora sí se siente tranquilo de verdad, casi eufórico: en cuestiones de dinero nunca hay olvidos. Cuando el señor García vea que no se presenta por las oficinas de la empresa para pagar la mitad que debe, hará las gestiones necesarias y le sacará de allí. Espera que eso no tarde mucho en suceder. Un día, piensa; dos, a lo sumo. Entonces, vuelve la desesperación. En dos días, puede que se le haya acabado el oxígeno. Quizá se haya muerto de sed, porque sabe que sin comer puede aguantar más tiempo. Maldice el oxígeno que ya ha consumido con su estúpido ataque de pánico de hace unos minutos. Intenta respirar despacito y poco, como en un ejercicio de relajación yóguica.

Recuerda el día que fue por primera vez a Límites, S.A. El señor García le recibió con un profesional apretón de manos y le invitó a tomar asiento en su confortable despacho.

- Bueno, caballero, imagino que tendrá muchas preguntas sin responder respecto a nuestra empresa, ¿verdad? – preguntó el señor García, arrellanándose un poco en su cómoda silla giratoria.
- Sí, la verdad. De hecho, hasta que he entrado aquí no estaba del todo seguro de que la empresa existiese. Creí que podía ser un montaje para quitarme el dinero de la cuota de entrada.
- La cuota de entrada, sí... un asunto un poco molesto. Pero comprenderá que tenemos que blindarnos frente a curiosos. El éxito de nuestra empresa se basa, precisamente, en que la conozca el menor número de gente posible. Se transmite por boca a boca y hay que pagar una cuota sólo para informarse de lo que hacemos. Así nos aseguramos de que quien llega hasta aquí, está realmente interesado en contratarnos. Además, es un buen indicador de la solvencia del cliente – el señor García ríe brevemente: ja, ja, ja, y luego continúa -. Cuénteme, ¿qué sabe hasta ahora de Límites, S.A.?
- Se dedican a fingir la muerte de la gente, ¿no?

Otra risa onomatopéyica y breve del señor García.

- Entre otras cosas, caballero, entre otras cosas. Reducir a eso nuestras actividades resulta un poco burdo. Nuestro catálogo es muy amplio, pero hay un punto común a todos nuestros montajes: prueban los límites. De ahí nuestro nombre. Los límites de una relación de pareja, de la fidelidad de un amigo, del hueco que realmente ocupamos en nuestra propia vida. ¿Nunca ha fantaseado, en un momento de frustración, con que tiene un accidente horrible, o muere, y todas las personas que le habían hecho daño, todos aquéllos que no fueron lo suficientemente buenos con usted, ahora se arrepienten y le suplican perdón?
- Pues... sí, tengo que confesar que sí. Nunca como algo serio, pero a veces sirve de consuelo, aunque parezca estúpido.
- No se avergüence usted, caballero. Todo el mundo lo ha pensado. Las personas que llegan hasta aquí son, únicamente, las que tienen el valor necesario como para plantearse llevar ese pensamiento hasta sus últimas consecuencias. Ahí es donde entra en juego Límites, S.A.
- Explíqueme, entonces, ¿qué otros servicios ofrecen, aparte de lo de la muerte?
- Nuestro catálogo, por supuesto, no está impreso, igual que no imprimimos tarjetas. Límites S.A. intenta no dejar huellas, como ya le dije, por fines puramente publicitarios. Sin embargo, digamos que aquí el límite (y perdone por abusar de la palabra) lo pone su imaginación. Pero puedo darle ideas. Uno de nuestros servicios más baratos, por ejemplo, es fingir una infidelidad.
- No lo entiendo. ¿Para qué fingir una infidelidad? En general, la infidelidad es algo que la gente no desea. Y, en un último caso, es más sencillo y barato ser realmente infiel que contratarles a ustedes, ¿no?
- Bueno, no exactamente. Lo primero que ha dicho es cierto, pero sólo en parte; le sorprendería saber lo que una infidelidad descubierta a a tiempo puede hacer por una relación de pareja. En segundo lugar, no a todo el mundo le resulta tan fácil ser infiel. Además, Límites, S.A. ofrece otros servicios que resultan muy útiles para asegurarse de que todo va a salir bien. Para calibrar de forma adecuada el impacto emocional. Estudio psicológico previo de la relación de pareja, camuflado en una terapia de pareja corriente. Atrezzo para asegurarse de que la infidelidad se descubre de una forma limpia y rápida. Asesoramiento posterior de pareja que vaya en la dirección de justificar la infidelidad y promover una reconstrucción de la relación. Amigas que aconsejan al respecto, encuentros casuales, galletitas chinas de la suerte. Incluso un novio o novia ficticio de el/la amante que asegure que el infiel y él o ella no van a volver a caer en la tentación. Por último, si todo sale rematadamente mal, el cliente siempre puede alegar que todo era un montaje y que nunca ha sido realmente infiel, y para demostrarlo cuenta con todo el respaldo de nuestra empresa.
- Comprendo.
- Otros servicios realtivamente baratos son “Accidente leve” y “Coma”. Es curioso, pero la gente suele decidirse antes por un coma. No se imagina usted lo que escucha de sí mismo un enfermo supuestamente en coma, cuando todos piensan que no puede oírles. Información confidencial de primerísima calidad, emocionalmente hablando. Después está “Secuestro”. Éste sube un poquito de precio, porque el montaje necesario es mayor y hay que contar con la colaboración de, ejem, nuestros queridos cuerpos de seguridad. Aunque, fíjese lo que le digo, es mucho más caro sobornar a un médico que a un policía. Creo que el policía se considera destinado a la corrupción, así que pone el listón mucho más bajo; el médico, sin embargo, tiene una imagen tan limpia y pura de sí mismo que sólo está dispuesto a mancharla por una cantidad de dinero significativa. En fin – el señor García se queda pensativo un momento, como si reflexionara sobre los gajes de su oficio. Después coge un caramelo de la canastita que hay encima de su mesa, lo desenvuelve despacio y se lo mete en la boca-. ¿Por dónde íbamos?
- Me estaba hablando del secuestro.
- Ah, sí. Este montaje tiene una ventaja añadida: el dinero. Se pide una cantidad por el secuestrado, lógicamente, y luego se le abona íntegramente al cliente. En general, esto no soluciona nada, porque el dinero con el que se paga a los secuestradores suele venir de la propia familia. En algunos casos, sin embargo, es muy útil para conseguir buenos anticipos de la herencia familiar, por ejemplo, o el préstamo que el banco se negaba a darnos, o una importante ayuda de nuestra empresa, nuestra peña futbolera o nuestro partido político.
- Interesante.
- Sin embargo, caballero – el señor García escupió el caramelo medio chupar en un bonito cenicero de metal – creo que usted está más interesado en “Muerte”; ¿me equivoco?
- Bueno, no sé, es que es lo primero que supe sobre su empresa. Me pareció emocionante.
- Por supuesto, por supuesto. “Muerte” tiene algo que no tienen los demás. Por muy doloroso que pueda ser un accidente, una infidelidad, un coma, no es nada comparado con el vacío inmenso de la muerte. La gran pregunta. El Gran Adiós. Por supuesto, es nuestro servicio más caro, pero también el más demandado. ¿Quiere que le cuente los detalles?
- Pues... sí, claro, adelante.
- Realmente, el montaje no es tan complicado como puede parecer. Alguien llama por teléfono a su casa. Se dice que algo malo le ha sucedido. Puede incluir una escena en el hospital, donde se le ve agonizar tras la ventanilla de la UVI, o comunicar directamente el fallecimiento a la familia (la segunda opción es más sencilla y, por tanto, más barata). Hay testigos falsos del infarto (o del ictus, o del accidente, lo que usted elija), falsas ambulancias y falsos empleados de la funeraria. Durante el velatorio, hay cámaras de vídeo y micrófonos colocados por toda la sala, para que el cliente pueda escuchar y ver después, con todo detalle, cómo reaccionó su entorno a la noticia de su ausencia. El regreso a la vida se hace antes del entierro, cuando el ataúd todavía está abierto: uno de nuestros empleados se hace pasar por doliente y le ve moverse, avisa a un médico (también nuestro, por supuesto) y el médico certifica que ha estado en un estado de catalepsia que ha creado esta terrible confusión. Vuelve a casa con su familia y sus amigos, envuelto en apreciación y consuelo y sabiendo cómo se ha tomado su entorno un hecho tan triste como su muerte. ¿No le parece genial? – el Señor García cogió otro caramelo de la canastita y se puso a chuparlo con fruición.

Bueno, a él no le parece tan genial en este preciso momento, mientras intenta no respirar muy fuerte para no consumir el aire. Aunque tiene que admitir que todo se ha desarrollado a la perfección. Le han vestido y maquillado con profesionalidad, manteniendo a su mujer adecuadamente lejos de su “cadáver” a lo largo del proceso. Durante el velatorio le han colocado unos auriculares microscópicos para poder seguir las conversaciones en el tanatorio, además de asegurarle que le darán después todas las cintas de audio y vídeo para que no pierda detalle. Su mujer y sus amigos se han mostrado adecuadamente destrozados. Su hija ha prometido estudiar Derecho en su honor, como él le había sugerido tantas veces, en vez de probar suerte con la maqueta que ha grabado su “grupo de música”. Ha oído a Gutiérrez, su subordinado en la oficina, hablar con el jefe de ambos de cómo intentará “honrar la memoria de su amigo si, por desgracia aunque también por suerte, resulta designado para ocupar su puesto”. Qué trepa. Ya se encargará de tomar represalias.

Pero se ha dormido. Qué gilipollas. Todavía no entiende cómo puede haberse quedado dormido en un momento tan importante como éste. Recuerda que cuando era adolescente su madre le decía que era más vago que el suelo y que habría podido dormirse de pie. Al final va a resultar que tenía razón.

Aun así, piensa, ¿por qué el doliente “extra” no ha dicho igualmente que le ha visto moverse? ¿Por qué los empleados de la empresa no se han extrañado de tener que enterrar el falso cadáver, pese a todo? Contra su voluntad, empieza a respirar más rápido y a sudar como un pollo. Sus mecanismos fisiológicos de defensa, curiosamente, van en la dirección opuesta a conservarle con vida. Entonces repasa de nuevo la secuencia mentalmente: cómo su nuevo compañero de trabajo y él se habían hecho amigos enseguida, cómo parecía compartir casualmente todos sus gustos y opiniones. Cómo había sacado el tema de Límites, S.A., al principio de forma sutil y luego de manera insistente, contándole lo buena que había sido su propia experiencia. Cómo se había ofrecido a pagar él su cuota de entrada para que pudiera informarse de sus servicios, porque “le veía muy decaído últimamente”.

Empieza a reírse, primero despacio, como el señor García, y luego más deprisa, más fuerte, retorciéndose de risa dentro del ataúd. Joder, se dice. Sí que existe el crimen perfecto. Y decide entretener el tiempo que le queda allí abajo preguntándose, no sin curiosidad, quién habrá pagado la otra mitad del montaje.

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