jueves, 11 de junio de 2009

El gran día de Marcos

- ¿Cuál es la tuya?
- El mío – contestó Carmen.
- ¿Qué? – la mujer que había preguntado, una rubia teñida con chanclas de plástico verde, arqueó las cejas.
- Que es un niño. El mío. Ése de ahí – y miró a Marcos, que estaba sentado en el borde de la pista jugando con la goma de las zapatillas.
- Ah… qué curioso – la rubia miró al suelo. Carmen supo que estaba esperando que le preguntara cuál era la suya, pero no le iba a dar ese placer. Fingió estar muy ocupada cambiándole las pilas a la cámara de vídeo hasta que, después de unos segundos de silencio, la rubia optó por desplazarse al otro extremo de la grada.


La entrenadora había dicho el primer día que ella no tenía problema en que Marcos fuera a clase, pero que tenía que mentalizarse de que en gimnasia rítmica no podría competir.
- No hay categoría masculina – le dijo a Carmen.
- Pues vaya. ¿Y eso no es discriminación? – contestó ella -. Porque luego mucho hablar de que a las mujeres se las discrimina, como aquélla que quería sacar un trono en Semana Santa, y ahora resulta que los niños no pueden competir en gimnasia rítmica. Si fuera al revés, seguro que alguien lo habría denunciado y habrían abierto una categoría.
- Bueno, señora, qué quiere que le diga – la entrenadora, una chica joven con el pelo recogido en un moño tirante, se encogió de hombros.
- Nada, hija, nada. Si de todas maneras tampoco van a competir, las criaturas, ¿no? Bailarán un poco como Dios les dé a entender y ya está.
- Hombre, no se trata de bailar, es gimnasia. Y ahora mismo no competirán, pero en el futuro quién sabe.


Carmen quedó en traer a Marquitos la semana siguiente y se fue mascullando entre dientes. ¿Qué se había creído la niñata aquella, que entrenaba para las olimpiadas? Si total, era una actividad del ayuntamiento, habrían cogido a la primera que hubiera dado un par de años de gimnasia. A las campeonas no las iban a traer, eso estaba claro. Además, la entrenadora tenía el culo gordo. Seguro que por eso no había llegado más lejos.

Vicente se había tomado regular lo de la gimnasia del niño.
- Vamos, que no hay otra actividad, ¿no? Vas a ser el cachondeo del barrio, Marcos, hijo, que no te enteras. Tú no serás mariquita, ¿no?
Marcos se encogió de hombros.
- No sé.
- No sé, no sé, ¿cómo no lo vas a saber? Eso se sabe.
- Vicente, hazme el favor de dejar tranquilo al niño – Carmen cogió a Marquitos del brazo y le levantó de la silla -. Vamos, hijo, a tu cuarto a hacer los deberes. Y no le hagas caso a tu padre, que no dice más que tonterías.

Una semana después vieron un vídeo de la Supernanny en el que el padre premiaba a su hijo jugando con él al fútbol, y a Vicente se le ocurrió que a lo mejor eso era lo que necesitaba Marquitos: un poco de relación padre-hijo y de establecer un contacto más estrecho con el balón. “El balón puede ser tu amigo para toda la vida”, le dijo, mientras le llevaba por el hombro a un solar cercano a la casa. El chico era torpe con ganas, pero mejoraría con la práctica. Al cabo de un rato llamaron a Vicente por el móvil y tuvo que alejarse unos minutos a hablar, y cuando volvió al campo encontró a Marquitos con los brazos abiertos, haciendo rodar la pelota desde una mano hasta la otra. De vez en cuando la tiraba al cielo, daba un par de vueltas con los brazos alzados y volvía a cogerla.
- No hay nada que hacer, está claro – murmuró Vicente, y le dio una colleja a Marquitos antes de llevarle a casa y consentir en que se apuntara a gimnasia.

Para la gala de fin de curso, la madre y la entrenadora habían discutido sobre qué ropa ponerle.
- Pues si todas llevan maillot, a él habrá que ponerle algo bonito también, ¿no? Algo que le luzca.
- A ver, señora – a la entrenadora le caía bien Marquitos, que trabajaba duro y era muy disciplinado, pero lo de su madre la sacaba de quicio -. ¿Qué quiere que luzca el niño? Se trata de gimnasia, no es un pase de modelos.
- Yo quiero llevar maillot, mamá – dijo Marquitos.
Carmen se imaginó a su hijo con un maillot bicolor de gimnasia y suspiró. Marcos le miraba con los ojos muy abiertos, sonriendo con los dientes salidos como un ángel tonto. Al final quedaron en que llevaría un pantalón corto negro y una camiseta blanca. No pegaba con el maillot de las compañeras, pero la entrenadora le había pedido por favor a Carmen que el niño no diera la nota.

Por fin le tocaba el turno al grupo de Marcos. Siete niñas pequeñas, todas muy flacuchas menos una, que estaba un poco rechoncha, y su hijo. Carmen pensó en lo fácil que sería ser la madre de cualquiera de las otras niñas, en lo bien que se lo habría pasado maquillándole los párpados con purpurina y recogiéndole una coleta con el toto de flores que la entrenadora había comprado igual para todas. Pero ahí estaba su hijo, con su camiseta blanca y sus pantalones negros, con las zapatillas de gimnasia rítmica que la vendedora le había tendido a Carmen mientras preguntaba “Pero, ¿son para él?”.
Dudó antes de sacar la cámara de vídeo. Después pensó que, al fin y al cabo, tanto si resultaba que Marquitos acababa como una drag queen de ésas, como si al final le daba por el fútbol y por la lucha libre, le gustaría tener aquel recuerdo. Encendió la cámara, abrió la pantalla lateral y se dedicó a seguir con el pulso lo más firme posible las evoluciones de su hijo sobre la pista.
- ¿Cuál es la tuya? – era otra madre con ganas de confraternizar.
- El mío – repitió Carmen, un poco cansada ya de la misma conversación.
- Ah, ¿es el chico?
- Sí.
- Qué bien. Es muy salao. Lo hace estupendamente.
Carmen sonrió, orgullosa. La verdad es que su niño era el que mejor llevaba el ritmo.
- ¿Cuál es la tuya? – concedió, generosa.
- La mía… bueno, ésa de ahí, la del aro.
- ¿La rubita?
- No, la de al lado, la castaña… la gordita, vamos.
- Ah – Carmen miró a la niña, que intentaba seguir el ritmo de los demás con poca gracia -, pues también lo hace muy bien.
- Gracias – la otra madre sonrió -. ¿Has venido sola?
- Sí. Mi marido no quiere venir. Dice que es una pérdida de tiempo.
- Ya, el mío también. Dice que para que se rían de su hija, mejor se queda en casa. Pero se les ve contentos, ¿no?
Carmen miró a su hijo a través de la cámara. Sonreía tanto que los dientes brillaban en mitad de la pantalla.
- Sí, se les ve muy contentos.
Las dos madres se quedaron en silencio un momento, mirando cómo el grupo daba vueltas al ritmo de la música. A una niña se le escapó un aro, pero lo recuperó con gracia y continuó con el ejercicio. Carmen pensó que los niños eran tan fuertes, tan perfectamente sanos; también Marquitos, con sus zapatillas y sus pantalones cortos, doblándose sobre la pista como si fuera de goma.
- Si me das tu teléfono, te paso la cinta cuando la tenga – ofreció a la madre de la niña gordita.
- Sería estupendo, gracias.
Carmen apretó brevemente la mano de la otra en la suya y pensó que la próxima vez no iba a dejar que Vicente se librara tan fácilmente. Luego el ejercicio terminó y las dos madres aplaudieron con todas sus fuerzas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario