sábado, 13 de junio de 2009

Memoria

El neurocirujano y los residentes de primer año entraron en la habitación de la señora O’Hara.

- Muy bien, chicos - el doctor Goldberg se acercó a los pies de la cama, mientras los residentes formaban una línea en el lateral -. ¿Alguien puede hablarme del caso de la señora O’Hara?

Ocho manos se alzaron a la vez.
- ¿McKinley?
- La señora O’Hara padece un caso típico de hipermnesia senil - Mc Kinley, el primero de su promoción en Yale, intentó que su voz sonara firme.


- ¿Puede contarnos algo más sobre la hipermnesia senil?
- Por supuesto, señor - McKinley carraspeó -. Hace ya diez años que se descubrió la cura del Alzheimer y se consiguió regenerar y remielinizar el cerebro anciano. Sin embargo, una vez eliminada la demencia senil y la mayoría de las enfermedades neurodegenerativas, y con el aumento de la esperanza de vida de las últimas décadas, apareció una nueva patología. Se trata de la saturación de recuerdos o hipermnesia senil.
- Muy bien. ¿Síntomas?
- Aturdimiento, migrañas, logorrea, ataques de pánico - enumeró de carrerilla Petersen, una chica menuda con gafas de pasta -. Insomnio que no responde a benzodiacepinas u otros tranquilizantes. En la fase terminal aparecen de alucinaciones y, finalmente, lleva al coma y a la muerte.

Todos miraron a la señora O’Hara que, ajena a la clase que se estaba dando en su honor, recitaba a toda velocidad anécdotas de su infancia.
- Y en cuarto curso tuve a la señorita Beavis, que era muy amable y olía a caramelo, pero un día me sacó a la pizarra para hablar de la guerra de la Independencia y me quedé en blanco, así que me puso una mala nota, y cuando llegué a mi casa mi madre me castigó sin postre, y había tarta de chocolate, que estaba buenísima, pero por lo menos me dejó ir al cumpleaños de mi amiga Mary, ese mismo fin de semana…
- Curioso, ¿verdad? - el doctor Goldberg sonrió levemente -. Parece que la demencia no era más que una respuesta defensiva de nuestro cuerpo, su forma de atacar el exceso de recuerdos. Una respuesta exagerada, desde luego, pero justificada.

La señora O’Hara había empezado a balancearse adelante y atrás en la cama.
- Estereotipia - apuntó presurosa Petersen -, me había olvidado de la estereotipia.
- Muy bien. ¿Qué protocolo se sigue en el caso de la hipermnesia senil?
- Inducción de recuerdos con Resonancia Magnética funcional, mapeo de las áreas implicadas y anulación de los circuitos neuronales con Estimulación Magnética Transcraneal.
- Brillante, Smith - el aludido sonrió -. Encárguese de la inducción. McKinley, solicite un quirófano.
- Perdone, señor, por curiosidad… ¿qué recuerdos son los que se extirpan? Quiero decir, ¿es una época en particular, o se extraen recuerdos aleatorios de toda la vida?- era Jacobs, que había entrado uno de los últimos en el programa de residencia y andaba un poco despistado.

Goldberg suspiró.
- Jacobs, si no tiene usted empollada la hipermnesia para mañana, le voy a tener cambiando vendajes lo que queda de curso.
- Normalmente se respetan la infancia y la juventud - intervino McKinley -, y dependiendo de la historia de vida del sujeto, se escoge un periodo poco trascendente. La mayoría eligen deshacerse de la mediana edad: los cuarenta y cincuenta años. No van más adelante porque quieren recordar a sus nietos.

Jacobs tragó saliva y asintió.
- Muy bien, señores, a trabajar - dijo el doctor Goldberg.

Apretó brevemente la mano a la señora McKinley y miró a los residentes desperdigarse por los pasillos. Y mientras caminaba en dirección a la siguiente habitación de la planta, se preguntó cómo se las apañaba el ser humano para terminar complicando tanto las cosas.

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